4 - SE ABRE EL CILINDRO
Se ponía ya el sol cuando volví al campo comunal. Varios grupos diseminados
llegaban apresuradamente desde Woking, y una o dos personas regresaban a sus
hogares. La multitud que rodeaba el pozo habíase acrecentado y se recortaba contra el
cielo amarillento. Eran quizá unas doscientas personas. Oí voces y me pareció notar
movimientos como de lucha alrededor de la excavación. Esto hizo que imaginara cosas
raras.
Al acercarme más oí la voz de Stent:
—¡Atrás! ¡Atrás!
Un muchacho adelantóse corriendo hacia mí.
—Se está moviendo—me dijo al pasar—. Se desenrosca. No me gusta y me voy a
casa.
Seguí avanzando hacia la multitud. Tuve la impresión de que había doscientas o
trescientas personas dándose codazos y empujándose unas a otras, y entre ellas no
eran las mujeres las menos activas.
—¡Se ha caído al pozo!—gritó alguien.
—¡Atrás!—exclamaron varios.
La muchedumbre se apartó un tanto y aproveché la oportunidad para abrirme paso a
codazos. Todos parecían muy excitados y oí un zumbido procedente del pozo.
—¡Oiga!—exclamó Ogilvy en ese momento—. Ayúdenos a mantener a raya a estos
idiotas. Todavía no sabemos lo que hay dentro de este condenado casco.
Vi a un joven dependiente de una tienda de Woking que se hallaba parado sobre el
cilindro y trataba de salir del pozo. El gentío le había hecho caer con sus empujones.
Desde el interior del casco estaban desenroscando la tapa y ya se veían unos
cincuenta centímetros de la reluciente rosca. Alguien se tropezó conmigo y estuve a punto
de caer sobre la tapa. Me volví, y al hacerlo debió haberse terminado de efectuar la
abertura y la tapa cayó a tierra con un sonoro golpe. Di un codazo a la persona que
estaba detrás de mí y volví de nuevo la cabeza hacia el objeto. Por un momento me
pareció que la cavidad circular era completamente negra. Tenía entonces el sol frente a
los ojos.
Creo que todos esperaban ver salir a un hombre, quizá algo diferente de los
terrestres, pero, en esencia, un ser como los humanos. Estoy seguro de que tal fue mi
idea, Pero mientras miraba vi algo que se movía entre las sombras. Era de color gris
y se movía sinuosamente, y después percibí dos discos luminosos parecidos a ojos,
Un momento más tarde se proyectó en el aire y hacia mí algo que se asemejaba a
una serpiente gris no más gruesa que un bastón. A ese primer tentáculo siguió
inmediatamente otro.
Me estremecí súbitamente. Una de las mujeres que estaban más atrás lanzó un
grito agudo. Me volví a medias, sin apartar los ojos del cilindro, del cual se proyectaban
otros tentáculos más, y comencé a empujar a la gente para alejarme del borde del
pozo. Vi que el terror reemplazaba al asombro en los rostros de los que me rodeaban. Oí
exclamaciones inarticuladas procedentes de todas las gargantas y hubo un movimiento
general hacia atrás. El dependiente seguía esforzándose por salir del agujero. Me
encontré solo y noté que la gente del lado opuesto del pozo echaba a correr. Entre ellos
iba Stent. Miré de nuevo hacia el cilindro y me dominó un temor incontrolable, que me
obligó a quedarme inmóvil y con los ojos fijos en el proyectil que llegara de Marte.
Un bulto redondeado, grisáceo y del tamaño aproximado al de un oso se levantaba
con lentitud y gran dificultad saliendo del cilindro.
Al salir y ser iluminado por la luz relució como el cuero mojado. Dos grandes ojos
oscuros me miraban con tremenda fijeza. Era redondo y podría decirse que tenía cara.
Había una boca bajo los ojos: la abertura temblaba, abriéndose y cerrándose
convulsivamente mientras babeaba. El cuerpo palpitaba de manera violenta. Un delgado
apéndice tentacular se aferró al borde del cilindro; otro se agitó en el aire.
Los que nunca han visto un marciano vivo no pueden imaginar lo horroroso de su
aspecto. La extraña boca en forma de uve, con su labio superior en punta; la ausencia
de frente; la carencia de barbilla debajo del labio inferior, parecido a una cuña; el
incesante palpitar de esa boca; los tentáculos, que le dan el aspecto de una gorgona; el
laborioso funcionamiento de sus pulmones en nuestra atmósfera; la evidente pesadez de
sus movimientos, debido a la mayor fuerza de gravedad de nuestro planeta, y en
especial la extraordinaria intensidad con que miran sus ojos inmensos... Todo ello
produce un efecto muy parecido al de la náusea.
Hay algo profundamente desagradable en su piel olivácea, y algo terrible en la torpe
lentitud de sus tediosos movimientos. Aun en aquel primer encuentro, y a la primera
mirada, me sentí dominado por la repugnancia y el terror.
Súbitamente desapareció el monstruo. Había rebasado el borde del cilindro cayendo a
tierra con un golpe sordo, como el que podría producir una gran masa de cuero al dar
con fuerza en el suelo. Le oí lanzar un grito ronco, y de inmediato apareció otra de las
criaturas en la sombra profunda de la boca del cilindro.
Ante eso me sentí liberado de mi inmovilidad, giré sobre mis talones y eché a correr
desesperadamente hacia el primer grupo de árboles, que se hallaba a unos cien
metros de distancia; pero corrí a tropezones y medio de costado, pues me fue imposible
dejar de mirar a los monstruos.
Una vez entre los pinos y matorrales me detuve jadeante y aguardé el desarrollo de
los acontecimientos. El campo comunal alrededor de los arenales estaba salpicado de
gente que, como yo, miraba con terror y fascinación a esas criaturas, o mejor dicho, al
montón de tierra levantado al borde del pozo en el cual se hallaban, Y luego, con
renovado terror, vi un objeto redondo y negro que sobresalía del pozo. Era la cabeza
del dependiente, que cayera en él. De pronto logró levantarse y apoyar una rodilla en el
borde, pero volvió a deslizarse hacia abajo hasta que sólo quedó visible su cabeza.
Súbitamente desapareció y me pareció oír un grito lejano. Tuve el impulso momentáneo
de correr a prestarle ayuda, pero fue más fuerte mi pánico que mi voluntad.
Luego no se vio nada más que los montones de arena proyectados hacia afuera por la
caída del cilindro. Cualquiera que llegara desde Chobham o Woking se habría
asombrado ante el espectáculo: una multitud de unas cien o más personas paradas en
un amplio círculo irregular, en zanjas, detrás de matorrales, portones y setos, hablando
poco y mirando con fijeza hacia unos cuantos montones de arena. La carretilla de
gaseosas destacábase contra el cielo carmesí y en los arenales había una hilera de
vehículos cuyos caballos pateaban el suelo o comían tranquilamente el grano de los
morrales pendientes de sus cabezas.
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