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jueves, 14 de octubre de 2010

LA GUERRA DE LOS MUNDOS - LIBRO 1 - PARTE 11


H.G.WELLS
11 - DESDE LA VENTANA
Ya he aclarado que mis emociones suelen agotarse por sí solas. Al cabo de un
tiempo descubrí que estaba mojado y sentía frío, mientras que a mis pies se habían
formado charcos de agua. Me levanté casi mecánicamente, entré en el comedor para
—Sólo Dios lo sabe.
—¿Quiere esconderse?
—Así es.
—Entre entonces—le dije.
Bajé, abrí la puerta, le hice pasar y volví a echar la llave. No pude verle la cara. No
llevaba gorra y tenía la chaqueta abierta.
—¡Dios mío!—exclamó al entrar.
—¿Qué pasó?
—Pregúnteme qué es lo que no pasó—dijo, y vi en la penumbra que hacía un gesto de
desesperación—. Nos barrieron por completo.
Repitió esta última frase una y otra vez.
Me siguió luego hacia el comedor.
—Tome un poco de whisky—le dije sirviéndole una copa llena.
La bebió de un sorbo y se sentó a la mesa. Poniendo la cabeza sobre los brazos
rompió a llorar como un niño, mientras que yo, olvidando mi desesperación reciente, le
miraba sorprendido.
Pasó largo rato antes que pudiera calmar sus nervios y responder a mis preguntas, y
entonces me contestó de manera entrecortada y en tono perplejo. Era artillero y
había entrado en acción a eso de las siete. A esa hora ya se efectuaban disparos en el
campo comunal y decíase que el primer grupo de marcianos se arrastraba lentamente
hacia el segundo cilindro protegiéndose bajo un caparazón de metal.
Algo más tarde, el caparazón se paró sobre sus patas a manera de trípode y
convirtióse en la primera de las máquinas que viera yo. El cañón que servía el soldado
quedó ubicado cerca de Horsell, a fin de dominar con él los arenales, y su llegada
había precipitado los acontecimientos. Cuando los artilleros se disponían a entrar en
funciones, su caballo metió una pata en una conejera y lo arrojó a una depresión del
terreno. Al mismo tiempo estalló el cañón
rodeó el fuego, mientras que él se encontró tendido bajo un montón de hombres y
caballos muertos.
—Me quedé quieto—manifestó—. El miedo me había atontado y tenía encima el cuarto
delantero de un caballo. Nos habían barrido por completo. El olor... ¡Dios mío! Era
como de carne asada. La caída me lastimó la espalda y tuve que quedarme tendido
hasta que se me pasó el dolor. Un momento antes habíamos estado como en un desfile
y de pronto se fue todo al demonio.
Habíase escondido debajo del caballo muerto durante largo tiempo, espiando de
cuando en cuando. Los soldados del cuerpo de Cardigan habían intentado efectuar una
avanzada en formación de escaramuza, pero fueron exterminados todos desde el pozo.
Luego se levantó el monstruo y comenzó a caminar lentamente de un lado a otro del
campo comunal, entre los pocos supervivientes, dando vuelta el capuchón tal como si
fuera la cabeza de un ser humano. En uno de sus tentáculos metálicos llevaba un
complicado aparato del que salían destellos verdosos y por cuyo tubo proyectaba el
rayo calórico.
Según me contó el soldado, en pocos minutos no quedó un alma viviente en el
campo y todos los matorrales y árboles que no estaban ya quemados se convirtieron
en una pira ardiente. Los húsares se hallaban tras una curva del camino y no los vio.
Oyó durante un rato el tableteo de las ametralladoras, pero luego cesaron los disparos.
El gigante dejó para el final la estación Woking y las casas que la rodeaban. Entonces
proyectó su rayo calórico y la aldea se convirtió en un montón de ruinas llameantes.
Después dio la espalda al artillero y se fue hacia el bosque de pinos, en que se hallaba el
segundo cilindro. Un segundo gigante salió entonces del pozo y siguió al primero.
El artillero se arrastró por los brezos calientes en dirección a Horsell, logró llegar con
vida hasta la zanja que bordea el camino y así consiguió escapar de Woking. Me explicó
a. sus espaldas, volaron las municiones y le
que allí quedaban algunos hombres con vida, muchos de ellos con quemaduras y todos
aterrorizados. El fuego le obligó a dar un rodeo y tuvo que esconderse entre los restos
recalentados de una pared al volver uno de los marcianos. Vio que el monstruo
perseguía a un hombre, lo tomaba con uno de sus tentáculos metálicos y le destrozaba
la cabeza contra un árbol. Al fin, después que cayó la noche, el artillero echó a correr y
pudo cruzar el terraplén ferroviario.
Desde entonces estuvo caminando hacia Maybury con la esperanza de escapar del
peligro y dirigirse a Londres. La gente se ocultaba en zanjas y sótanos y muchos de los
sobrevivientes habíanse ido a Woking y Send. La sed le hizo sufrir mucho hasta que
halló un caño de agua corriente que estaba roto y del cual salía el líquido como de un
manantial.
Esto fue lo que me contó de manera fragmentaria. El artillero se calmó gradualmente
mientras me relataba sus aventuras. No había comido nada desde mediodía, de modo
que fui
No encendimos luz por temor de atraer a los marcianos, de modo que tuvimos que
comer a oscuras. Mientras hablaba él comenzaron a disiparse las sombras y poco a
poco pudimos distinguir los setos pisoteados y los rosales en ruinas del jardín. Parecía
que un número de hombres o animales había cruzado el lugar a la carrera. Me fue
posible ver el rostro ennegrecido y macilento de mi compañero.
Cuando terminamos de comer subimos a mi estudio y de nuevo miré yo por la
ventana. En una noche se había convertido el valle en un campo de cenizas. Ya no
ardían tanto los fuegos. Donde antes había llamas ahora se veían columnas de humo;
pero las innumerables ruinas de casas derruidas y árboles arrancados y consumidos
por las llamas, que antes estuvieran ocultos por las sombras de la noche, ahora
mostrábanse con aspecto terrible a la luz cruel del amanecer. No obstante, aquí y allá
veíase algo que había escapado de la destrucción: una señal ferroviaria por aquí, el
extremo de un invernadero por allá y algunas otras cosas. Jamás en la historia de la
guerra habíase efectuado destrucción semejante. Y brillando a la luz creciente del
oriente vi a tres de los gigantes metálicos parados cerca del pozo, con sus capuchones
rotando como si inspeccionaran la desolación de que fueran causa.
Me pareció que el pozo se había agrandado y a cada momento salía del interior una
nube de vapor verdoso que se elevaba hacia el cielo.
Más allá se destacaban las llamaradas procedentes de Chobham, que con las
primeras luces del alba se convirtieron en grandes nubes de humo teñidas de rojo.
a buscar un poco de carne y pan a la alacena y puse todo sobre la mesa.
beber un poco de whisky y después fui a cambiarme de ropa.
Hecho esto subí a mi estudio, aunque no sé por qué fui allí. Desde la ventana de
esa estancia se divisa el campo comunal de Horsell sobre los árboles y el ferrocarril. En
el apresuramiento de nuestra partida la habíamos dejado abierta. Al llegar a la puerta
me detuve y miré con atención la escena enmarcada en la abertura de la ventana.
Había pasado la tormenta. No existían ya las torres del colegio «Oriental» ni los
pinos de su alrededor, y muy lejos, iluminado por un vivido resplandor rojizo, se veía
perfectamente el campo que rodeaba los arenales. Sobre el fondo luminoso se veían
moverse enormes formas negras extrañas y grotescas.
Parecía, en verdad, como si toda la región de aquel lado estuviera quemándose y
las llamas se agitaban con las ráfagas de viento y proyectaban sus luces sobre las
nubes. De cuando en cuando pasaba frente a la ventana una columna de humo, que
ocultaba a los marcianos. No pude ver lo que hacían ni divisarlos a ellos con claridad,
como tampoco me fue posible reconocer los objetos negros con que trabajaban.
Cerré la puerta con suavidad y avancé hacia la ventana. Al hacer esto se amplió mi
campo visual hasta que por un lado pude percibir las casas de Woking, y del otro, los
bosques ennegrecidos de Byfleet. Había una luz cerca del arco del ferrocarril y varias de
las casas del camino de Maybury y de las calles próximas a la estación estaban en
ruinas. Al principio me intrigó lo que vi en los rieles, pues era un rectángulo negro y un
resplandor muy vivido, así como también una hilera de rectángulos amarillentos.
Después noté que era un tren volcado, cuya parte anterior estaba destrozada y era
presa de las llamas, mientras que los vagones posteriores continuaban aún sobre las
vías.
Entre estos tres centros principales de luz, la casa, el tren y el campo incendiado en
dirección a Chobham, se extendían trechos irregulares de lugares oscuros,
interrumpidos aquí y allá por los rescoldos de los brezos aún humeantes.
Al principio no puede ver a ningún ser humano, aunque agucé la vista en todo
momento. Más tarde vi contra la luz de la estación Woking un número de figuras negras
que corrían una tras otra.
¡Y éste era el pequeño mundo en el que había vivido tranquilamente durante años!
¡Este caos de muerte y fuego! Aún ignoraba lo ocurrido en las últimas siete horas y no
conocía, aunque ya comenzaba a sospecharlo, qué relación había entre esos colosos
mecánicos y los torpes seres que viera salir del cilindro.
Con una extraña impresión de interés objetivo volví mi sillón hacia la ventana, tomé
asiento y me puse a mirar hacia el exterior, fijándome especialmente en los tres gigantes
negros que iban de un lado a otro entre el resplandor que iluminaba los arenales.
Parecían estar notablemente ocupados y me pregunté qué serían. ¿Mecanismos
inteligentes? Me dije que tal cosa era imposible. ¿O habría un marciano dentro de
cada uno, dirigiendo al gigante tal como el cerebro de un hombre dirige el cuerpo?
Comencé a comparar los colosos con las máquinas construidas por los hombres, y me
pregunté, por primera vez en mi vida, qué parecerían a un animal nuestros acorazados o
nuestras locomotoras.
Ya se había aclarado el cielo al descargarse la tormenta y sobre el humo que se
elevaba de la tierra ardiente podía verse el punto luminoso de Marte que declinaba
hacia occidente. En ese momento entró un soldado en mi jardín. Oí un ruido en la
cerca y, saliendo de mi abstracción, miré hacia abajo y le vi trepar sobre las tablas. Al ver
a otro ser humano salí de mi letargo y me incliné sobre el alféizar.
—¡Oiga!—llamé en voz baja.
El otro se detuvo sobre la cerca. Luego pasó al jardín y. cruzó hacia la casa.
—¿Quién es?—dijo en tono quedo, y miró hacia la ventana.
—¿Dónde va usted?—le pregunté.

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