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jueves, 14 de octubre de 2010

LA GUERRA DE LOS MUNDOS - LIBRO 1 - PARTE 5


5 - EL RAYO CALÓRICO
Después que hube visto a los marcianos salir del cilindro en el que llegaran a la Tierra,
una especie de fascinación paralizó por completo mi cuerpo. Me quedé parado entre los
brezos con la vista fija en el montículo que los ocultaba. En mi alma librábase una
batalla entre el miedo y la curiosidad.
No me atrevía a volver hacia el pozo, pero sentía un extraordinario deseo de observar
su interior. Por esta causa comencé a caminar describiendo una amplia curva en busca
de algún punto ventajoso y mirando continuamente hacia los montones de arena tras
los cuales se ocultaban los recién llegados. En cierta oportunidad vi el movimiento de
una serie de apéndices delgados y negros, parecidos a los tentáculos de un pulpo, que
de inmediato desaparecieron. Después se elevó una delgada vara articulada que tenía
en su parte superior un disco, el cual giraba con un movimiento bamboleante. ¿Qué
estarían haciendo?
La mayoría de los espectadores había formado dos grupos: uno de ellos se
hallaba en dirección a Woking y el otro hacia Chobham. Evidentemente, estaban
pasando por el mismo conflicto mental que yo. Había algunos cerca de mí y me
acerqué a un vecino mío cuyo nombre ignoro.
—¡Qué bestias horribles!—me dijo—. ¡Dios mío! ¡Qué bestias horribles!
Y volvió a repetir esto una y otra vez.
—¿Vio al hombre que cayó al pozo?—le pregunté.
Mas no me respondió. Nos quedamos en silencio observando los arenales y me
figuro que ambos encontrábamos cierto consuelo en la compañía mutua.
Después me desvié hacia una pequeña elevación de tierra, que tendría un metro
o más de altura, y cuando le busqué con la vista vi que se iba camino de Woking.
Comenzó a oscurecer antes que ocurriera nada más. El grupo situado a la
izquierda, en dirección a Woking, parecía haber crecido en número y oí murmullos
procedentes de ese lugar. El que se encontraba hacia Chobham se dispersó. En el
pozo no había movimiento alguno.
Fue esto lo que dio coraje a la gente. También supongo que los que acababan de
llegar desde Woking ayudaron a todos a recobrar su confianza. Sea como fuere, al
comenzar a oscurecer se inició un movimiento lento e intermitente en los arenales.
Este movimiento pareció cobrar fuerza a medida que continuaba el silencio y la
calma en los alrededores del cilindro. Avanzaban grupitos de dos o tres, se
detenían, observaban y volvían a avanzar, dispersándose al mismo tiempo en un
semicírculo irregular que prometía encerrar el pozo entre sus dos extremos. Por
mi parte, yo también comencé a marchar hacia el cilindro.
Vi entonces algunos cocheros y otras personas que habían entrado sin miedo en
los arenales y oí ruido de cascos y ruedas. Avisté de pronto a un muchacho que
se iba con la carretilla de manzanas y gaseosas. Y luego descubrí un grupito de
hombres que avanzaban desde la dirección en que se hallaba Horsell. Se
encontraban ya a unos treinta metros del pozo y el primero de ellos agitaba una
bandera blanca.
Era la delegación. Habíase efectuado una apresurada consulta, y como los
marcianos eran, sin duda alguna, inteligentes, a pesar de su aspecto repulsivo, se
resolvió tratar de comunicarse con ellos y demostrarles así que también nosotros
poseíamos facultades razonadoras.
La bandera se agitaba de derecha a izquierda. Yo me encontraba demasiado lejos
para reconocer a ninguno de los componentes del grupo; pero después supe que
Ogilvy, Stent y Henderson estaban entre ellos. La delegación había arrastrado tras de
sí en su avance a la circunferencia del que era ahora un círculo casi completo de
curiosos, y un número de figuras negras la seguían a distancia prudente.
Súbitamente se vio un resplandor de luz y del pozo salió una cantidad de humo
verde y luminoso en tres bocanadas claramente visibles. Estas bocanadas se
elevaron una tras otra hacia lo alto de la atmósfera.
El humo (llama sería quizá la palabra correcta) era tan brillante que el cielo y los
alrededores parecieron oscurecerse momentáneamente y quedar luego más negros al
desaparecer la luz. Al mismo tiempo se oyó un sonido sibilante.
Más allá del pozo estaba el grupito de personas con la bandera blanca a la
cabeza. Ante el extraño fenómeno todos se detuvieron. Al elevarse el humo verde,
sus rostros mostráronse fugazmente a mi vista con un matiz pálido verdoso y
volvieron a desaparecer al apagarse el resplandor.
El sonido sibilante se fue convirtiendo en un zumbido agudo y luego en un ruido
prolongado y quejumbroso. Lentamente se levantó del pozo una forma extraña y de
ella pareció emerger un rayo de luz.
De inmediato saltaron del grupo de hombres grandes llamaradas, que fueron de
uno a otro. Era como si un chorro de fuego invisible los tocara y estallase en una
blanca llama. Era como si cada hombre se hubiera convertido súbitamente en una tea.
Luego, a la luz misma que los destruía, los vi tambalearse y caer, mientras que los
que estaban cerca se volvían para huir.
Me quedé mirando la escena sin comprender aún que era la muerte lo que saltaba
de un hombre a otro en aquel gentío lejano. Todo lo que sentí entonces era que se
trataba de algo raro. Un silencioso rayo de luz cegadora y los hombres caían para
quedarse inmóviles, y al pasar sobre los pinos la invisible ola de calor, éstos estallaban
en llamas y cada seto y matorral convertíase en una hoguera. Y hacia la dirección de
Knaphill vi el resplandor de los árboles y edificios de madera que ardían violentamente.
Esa muerte ardiente, esa inevitable ola de calor, se extendía en los alrededores con
rapidez. La noté acercarse hacia mí por los matorrales que tocaba y encendía y me
quedé demasiado aturdido para moverme. Oí el crujir del fuego en los arenales y el
súbito chillido de un caballo, que murió instantáneamente. Después fue como si un dedo
invisible y ardiente pasara por los brezos entre el lugar en que me encontraba y el sitio
ocupado por los marcianos, y a lo largo de la curva
comenzó a humear y resquebrajarse el terreno. Algo cayó con un ruido estrepitoso en el
lugar en que el camino de la estación de Woking llega al campo comunal. Luego cesó el
zumbido, y el objeto negro, parecido a una cúpula, se hundió dentro del pozo
perdiéndose de vista.
Todo esto había ocurrido con tal rapidez, que estuve allí inmóvil y atontado por los
relámpagos de luz sin saber qué hacer. De haber descrito el rayo un círculo completo
es seguro que me hubiera alcanzado por sorpresa. Pero pasó sin tocarme y dejó los
terrenos de mi alrededor ennegrecidos y casi irreconocibles.
El campo parecía ahora completamente negro, excepto donde sus caminos se
destacaban como franjas grises bajo la luz débil reflejada desde el cielo por los últimos
resplandores del sol. En lo alto comenzaban a brillar las estrellas y hacia el oeste
veíanse aún los destellos del día moribundo.
Las copas de los pinos y los techos de Horsell destacáronse claramente contra esos
últimos resplandores en occidente. Los marcianos y sus aparatos eran ya completamente
invisibles, excepción hecha del delgado mástil, en cuyo extremo continuaba girando el
espejo.
Aquí y allá se veían setos y árboles que humeaban todavía, y desde las casas de
Woking se elevaban grandes llamaradas hacia lo alto del cielo.
Con excepción de esto y el tremendo asombro que me embargaba, nada había
cambiado. El grupito de puntos negros con su bandera blanca había sido exterminado
sin que se turbara mucho la paz del anochecer.
Hasta entonces no comprendí que me encontraba allí indefenso y solo. Súbitamente,
como algo que me cayera de encima, me asaltó el miedo.
Con un gran esfuerzo me volví y comencé a correr a tropezones por entre los
brezos.
El miedo que me dominaba no era un miedo racional, sino un terror pánico, no sólo a
causa de los marcianos, sino también debido a la tranquilidad y el silencio que me
rodeaban. Tal fue su efecto, que corrí llorando como un niño. Cuando hube
emprendido la carrera ni una sola vez me atreví a volver la cabeza.
Recuerdo que tuve la impresión de que estaban jugando conmigo y que en pocos
minutos, cuando estuviera a punto de salvarme, esa muerte misteriosa, tan rápida como
trazada más allá de los arenalesel paso de la luz, saltaría tras de mí para matarme.

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