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jueves, 14 de octubre de 2010

LA GUERRA DE LOS MUNDOS - LIBRO 1 - PARTE 17


17 - EL THUNDER CHILD
De haber sido la destrucción el único objetivo de los marcianos, el lunes habrían
podido aniquilar a toda la población de Londres, que se hallaba extendiéndose
lentamente por los condados vecinos. La desesperada fuga se realizaba no sólo por
Barnet, sino también por Edgvvare y Waltham Abbey, así como también a lo largo
de los caminos al este de Southend y Shoeburyness y por el sur del Támesis hacia
Deal y Broadstairs.
Si aquella mañana de junio hubiera podido uno ascender sobre Londres en un
globo, todos los caminos del norte y el este que salían del dédalo de calles le
hubieran parecido salpicados de negro con los fugitivos, y cada puntito habría sido
un ser humano dominado por el terror y la incomodidad física.
En el capítulo anterior he relatado en detalle la descripción que me hizo mi
hermano, a fin de que el lector pueda darse cuenta de las reacciones experimentadas
por uno de los fugitivos. Jamás en la historia del mundo se ha trasladado y sufrido
tanto una masa humana tan extraordinariamente grande. Las legendarias huestes
de los godos y los hunos, los ejércitos más numerosos que vio Asia en toda su
historia, habrían sido apenas una gota en aquel torrente. Y no era ésta una marcha
disciplinada, sino una estampida gigantesca y terrible, sin orden y sin rumbo: seis
millones de personas, desarmadas y sin provisiones, avanzando sin pausa. Aquello fue
el comienzo del derrumbe de la civilización, de la hecatombe de la humanidad.
Allí abajo el ocupante del globo habría visto el trazado de las calles en toda su
extensión, las casas, iglesias, plazas, jardines—todo abandonado—, que se extendían
como un enorme mapa..., y hacia el sur completamente borrado el dibujo. Sobre
Ealing, Richmond, Wimbledon, le hubiera parecido que una pluma monstruosa había
arrojado tinta sobre el mapa. Lenta e incesantemente se iba extendiendo cada
manchón negro, lanzando ramificaciones por aquí y por allá, amontonándose a veces
contra una elevación del terreno y derramándose luego rápidamente sobre un valle
recién hallado, tal como una gota de tinta se extiende sobre un papel secante.
Y más allá, del otro lado de las colinas azules que se elevan al sur del río, los
relucientes marcianos marchaban de un lado a otro, derramando calmosa y
metódicamente su nube ponzoñosa sobre la región y disipándola luego con chorros
de vapor cuando había servido a sus fines. Después tomaban posesión del terreno
así ganado. No parecen haber tenido la idea de exterminar, sino más bien la de
desmoralizar por completo al pueblo y acabar con la oposición. Hicieron estallar
todos los depósitos de pólvora que hallaron, cortaron los cables telegráficos y
arruinaron las vías ferroviarias. Estaban cortando los tendones de la humanidad.
Parecían no tener apuro en extender el campo de sus operaciones, y aquel día no
pasaron de la parte central de Londres.
Es posible que un número considerable de gente se haya quedado en sus casas
durante el lunes por la mañana. Es seguro que muchos murieron en sus hogares,
sofocados por el humo negro.
Hasta el mediodía el charco de Londres presentó un aspecto asombroso. Vapores y
embarcaciones de toda clase se hallaban allí anclados, y se dice que muchos que
nadaron hasta esas embarcaciones fueron rechazados a viva fuerza y se
ahogaron. Alrededor de la una de la tarde apareció entre los arcos del puente de
Blackfriards el resto de una nube de vapor negro. Al ocurrir esto, el charco se convirtió
en la escena de confusión enloquecedora, de luchas y choques, y por un tiempo las
barcas y lanchas se apretujaron en el arco norte del puente de la Torre y los
marineros tuvieron que luchar salvajemente contra las personas que se les echaron
encima desde el muelle. Muchos descendían por las columnas del puente...
Una hora más tarde, cuando apareció un marciano por detrás de la Torre del Reloj y
se acercó por el río, no quedaban más que restos de embarcaciones cerca de
Limehouse. Ya hablaré de la caída del quinto cilindro. El sexto cayó en Wimbledon.
Mi hermano, que montaba la guardia mientras dormían las mujeres en el cochecillo, vio
un destello verdoso sobre las colinas.
El martes habían seguido su marcha por la campiña en dirección a Colchester y
el mar. Se confirmó entonces que los marcianos ocupaban ya todo Londres. Habían
sido vistos en Haighgate y aun en Neasden. Pero mi hermano no los avistó hasta el
día siguiente.
Aquel día, las multitudes diseminadas por la región comenzaron a comprender que
necesitaban alimentos con urgencia. A medida que aumentaba el hambre
comenzaron a dejarse de lado las consideraciones hacia los derechos ajenos. Los
granjeros salieron a defender su ganado y sus graneros con armas en las manos.
Como mi hermano, muchos se dirigían hacia el este, y hubo algunos desesperados
que hasta regresaron a Londres en busca de alimentos. Éstos eran en su mayoría
los pobladores de los suburbios del norte, que sólo conocían de oídas los efectos del
humo negro. Mi hermano se enteró que la mitad de los componentes del gobierno
habíanse reunido en Birmingham y que allí se estaban preparando grandes
cantidades de explosivos para emplearlos en minas automáticas en los condados
centrales.
Le dijeron también que la empresa ferroviaria Midland había reemplazado al
personal que desertara en el primer día de pánico, acababa de reanudar sus
servicios y hacía correr trenes desde St. Albans hacia el norte a fin de aliviar la
congestión en los condados próximos a Londres. En Chipping Ongar había un gran
cartel que anunciaba que en las poblaciones del norte se disponía de grandes
reservas de harina y que antes de transcurrir veinticuatro horas se distribuiría pan
entre las personas de los alrededores. Mas esto no le hizo renunciar al plan de huida
que formulara, los trenes continuaron todo el día hacia el este y no vieron del pan
más que la promesa. A decir verdad, lo mismo les ocurrió a todos los necesitados.
Aquella noche cayó la séptima estrella, ésta sobre Primrose Hill. Descendió mientras
estaba de guardia la señorita Elphinstone, quien insistía en alternar los turnos con mi
hermano.
Los tres fugitivos, que habían pasado la noche en un campo de trigo, llegaron el
miércoles a Chelmsford y allí se incautó del caballo un grupo de ciudadanos que se
hacía llamar Comité de Abastecimientos Públicos. Afirmaron que el animal se podía
comer y no les dieron a cambio otra cosa que las promesas de que al día siguiente
recibirían su parte del alimento. Por allí corría el rumor de que los marcianos se
hallaban en Epping
pólvora de Waltham Abbey en una vana tentativa de destruir a uno de los invasores.
Desde las torres de las iglesias, la gente observaba el campo por si llegaban los
marcianos. Mi hermano—por suerte para él, según resultó luego—prefirió seguir viaje
de inmediato hacia la costa antes que esperar alimentos, aunque los tres estaban
y se tuvo la noticia de que se había hecho volar la fábrica de
desfallecidos de hambre. Al mediodía pasaron por Tillingham, aldea en la que reinaba
el silencio y que parecía desierta, excepción hecha de algunos furtivos saqueadores
que andaban a la caza de alimentos. Cerca de Tillingham avistaron de pronto el mar y
vieron la multitud más extraordinaria de embarcaciones que sea posible imaginar.
Después que los marineros no pudieron seguir subiendo por el Támesis, se
dirigieron a la costa de Essex, a Harwich y Walton. Las embarcaciones formaban
una línea curva, que se perdía a lo lejos en dirección a Naze. Cerca de la costa había
una multitud de barcas pesqueras inglesas, escocesas, francesas, holandesas y
suecas; lanchas de vapor del Támesis, yates, botes eléctricos, y más allá se veían
barcos de mayor tonelaje: una multitud de carboneros, fletadores, barcos de ganado,
de pasajeros, tanques de petróleo, un viejo transporte de tropas y los de servicio de
Southampton y Hamburgo, y a lo largo de la costa azul, al otro lado de Blackwater, mi
hermano pudo distinguir vagamente un enjambre de botes, cuyos tripulantes
regateaban con la gente de la playa.
A unas dos millas mar afuera se hallaba un barco de guerra de líneas muy bajas.
Era el destructor
vista; pero muy lejos, hacia la derecha, divisábase una nube de humo negro, que
indicaba la presencia de los otros barcos de la flota del Canal, que formaban una
hilera muy extendida y estaban listos para entrar en acción, Se hallaban de guardia al
otro lado del estuario del Támesis y allí estuvieron, durante el curso de la conquista
marciana, vigilantes, pero incapaces de evitar la derrota.
Al ver el mar, la señora Elphinstone fue presa del terror. Jamás había salido de
Inglaterra; hubiera preferido morir antes que encontrarse sin amigos en una tierra
extraña. La pobre mujer parecía imaginar que los franceses y marcianos debían ser muy
similares. Durante los dos días de viaje habíase tornado cada vez más histérica y
deprimida. Su idea predominante era la de volver a Stanmore. Allí siempre había
estado a salvo. Allí encontrarían a «George»...
Con gran dificultad consiguieron llevarla hasta la playa, donde poco después logró mi
hermano llamar la atención de algunos que estaban a bordo de un vapor de ruedas
procedente del Támesis. Les mandaron un bote y les cobraron treinta y seis libras por
los tres. El barco iba rumbo a Ostende, según les dijeron.
Eran más o menos las dos cuando, después de pagar el pasaje a la entrada, mi
hermano se encontró a bordo del barco con sus dos compañeras. A bordo había
alimentos, aunque a precios exorbitantes, y los tres comieron sentados en uno de los
bancos de proa.
Había ya unos cuarenta pasajeros, algunos de los cuales gastaron hasta el último
penique para pagar el pasaje; pero el capitán se detuvo en Blackwater hasta las cinco
de la tarde, cargando más gente hasta que la cubierta estuvo completamente atestada.
Probablemente se habría quedado más tiempo de no haber sido por los cañonazos
que comenzaron a resonar a esa hora en el sur. Como en respuesta a las
detonaciones, el barco de guerra disparó un cañón pequeño e izó una serie de
banderines. De sus chimeneas salió una espesa nube de humo negro.
Algunos de los pasajeros opinaban que los disparos provenían de Shoeburyness, hasta
que se notó que las detonaciones resonaban cada vez más cerca. Al mismo tiempo, en
dirección al sudeste, aparecieron en el mar los mástiles y puentes de tres acorazados
que se aproximaban a toda marcha. Pero la atención de mi hermano se desvió hacia el
sur y le pareció ver una columna de humo que se elevaba en la lejanía.
El vapor de ruedas avanzaba ya hacia el este de la larga hilera de embarcaciones
y la costa baja de Essex se dibujaba en la distancia cuando apareció un marciano muy
a lo lejos, avanzando por la barrosa orilla desde la dirección de Foulness.
Al ver esto el capitán comenzó a maldecir enfurecido por haberse demorado tanto y
las ruedas parecieron contagiarse de su temor.
Thunder Child. Éste era el único barco de guerra que había a la
Todos los pasajeros se pararon sobre las amuras o los bancos para mirar a aquel
gigante, más alto que los árboles o las torres de tierra, y que avanzaba con paso
semejante al de los seres humanos.
Era el primer marciano que veía mi hermano y se quedó más asombrado que
temeroso observando al titán, que avanzaba deliberadamente hacia las embarcaciones,
introduciéndose cada vez más en el agua a medida que se alejaba de la costa.
Luego, mucho más allá del Crouch, apareció otro, que pasaba sobre los árboles, y
después otro, más lejano aún, avanzando por un reluciente llano barroso que parecía
cernirse a mitad de camino entre el mar y el cielo.
Todos iban hacia el mar, como si quisieran impedir la huida de las numerosas
embarcaciones que se hallaban entre Foulness y el Naze.
A pesar de que la maquinaria del barco funcionaba a todo vapor, y de la espuma
que levantaban las ruedas a su paso, no logró alejarse con suficiente velocidad.
Al mirar hacia el sudoeste, mi hermano vio que las otras embarcaciones emprendían
ya la huida; un barco pasaba a otro; una lancha se cruzó delante de un remolcador; salía
humo de todas las chimeneas y se oía el zumbar de las sirenas. Le fascinó tanto esto y
el peligro que se aproximaba por la izquierda, que no se fijó en lo que ocurría mar
adentro. Y entonces le arrojó del banco en que estaba sentado una súbita maniobra del
vapor, que se desviaba del paso de otra embarcación para no ser hundido. A su
alrededor se oyeron gritos, ruido de pasos y un burra que pareció ser contestado
desde lejos. Se inclinó el vapor y le hizo rodar por la cubierta.
Al fin se puso de pie y vio a estribor, a menos de cien metros de distancia, una
enorme mole de acero con la forma de la hoja de un arado que cortaba el agua y la
arrojaba hacia ambos lados en olas enormes que agitaron al vapor, inclinándolo de tal
modo que sus ruedas quedaron por momentos en el aire.
Una lluvia de espuma le cegó por unos segundos. Cuando volvió a aclarársele la
vista vio que el monstruo había pasado y avanzaba velozmente hacia la costa. De la
larga estructura se alzaban grandes puentes y en lo alto veíanse dos chimeneas que
lanzaban al aire grandes columnas de humo negro salpicado de rojo. Era el destructor
Thunder Child,
Mi hermano logró mantener el equilibrio tomándose de la amura y miró de nuevo
hacia los marcianos, viendo que los tres se hallaban ahora muy cerca uno del otro y
que habían avanzado tanto mar adentro que sus trípodes estaban sumergidos casi por
entero. Así hundidos y vistos tan de lejos no parecían más formidables que la enorme
mole de acero del destructor.
Al parecer,
posible que lo consideraran como uno de ellos. El
cañones, sino que siguió avanzando a todo vapor en dirección a los monstruos.
Probablemente fue este detalle el que le permitió acercarse tanto al enemigo. Los
marcianos no sabían qué era. Un solo disparo y lo habrían hundido de inmediato con
su rayo calórico.
El destructor avanzaba a tal velocidad, que en un minuto pareció hallarse a mitad de
camino entre el vapor de ruedas y los marcianos.
De pronto, el marciano que se encontraba más adelante bajó su tubo y descargó un
recipiente del gas negro contra el barco de guerra. El proyectil golpeó contra el costado
del casco y derramó un chorro de la negra sustancia, que se desvió hacia estribor,
levantándose luego en una nube de la que escapó el destructor. Para los que miraban
desde el vapor de ruedas, a tan poca altura sobre el agua y con el sol en los ojos,
pareció que se hallaban ya entre los marcianos.
Vio que los monstruos se separaban y se levantaban sobre el agua al retroceder
hacia la tierra, y uno de ellos levantó el generador del rayo calórico. Apuntó con él hacia
abajo y una nube de vapor levantóse del agua al tocarla el rayo. Seguramente atravesó
que iba a defender a las embarcaciones en peligro.los marcianos observaban a su nuevo antagonista con cierto asombro. EsThunder Child no disparó sus
el casco del destructor como un hierro candente atraviesa un papel.
Una llamarada súbita apareció por entre el vapor, que se elevaba, y el marciano se
tambaleó entonces. Un momento más y se desplomaba, elevándose hacia lo alto gran
cantidad de agua y de vapor. Resonaron los cañones del
tras otro, y una bala golpeó en el agua muy cerca del vapor de ruedas, rebotando sobre
otros barcos que huían hacia el norte y haciendo añicos una lancha.
Pero nadie se fijó mucho en eso. Al ver la caída del marciano, el capitán lanzó gritos
inarticulados, que fueron repetidos por los pasajeros, apiñados a popa. Y luego
volvieron a gritar, pues de las nubes blancas de vapor salió algo negro y largo que, aun
siendo presa de las llamas, continuaba el ataque.
El destructor seguía con vida. Según parece, el mecanismo de la dirección estaba
intacto y sus máquinas continuaban en funcionamiento. Dirigióse con derechura hacia el
segundo marciano, y estaba a menos de cien metros del gigante cuando volvió a entrar
en acción el rayo calórico. Entonces hubo una explosión violenta, un destello cegador, y
sus cubiertas y chimeneas saltaron hacia el cielo. El marciano se tambaleó debido a la
violencia de la explosión y un momento después la ruina humeante, que continuaba
avanzando con el ímpetu de su paso, le había golpeado, destrozándole como si fuera
un muñeco de cartón. Mi hermano lanzó un grito involuntario y en seguida se levantó
una nube de humo y vapor que ocultó la escena.
—¡Dos!—aulló el capitán.
Todos gritaban, y los gritos fueron repetidos por los ocupantes de las otras
embarcaciones, que se alejaban mar adentro.
La nube de vapor continuó cerniéndose sobre el agua durante largo rato, ocultando
así a los marcianos y a la costa. Y durante todo este tiempo el vapor se alejaba
constantemente del lugar. Cuando, al fin, se aclaró la confusión, se interpuso la nube
negra del gas ponzoñoso y ya no se pudo ver ni al tercer marciano ni a los restos del
Thunder Child, disparando uno
Thunder Child.
lentamente hacia tierra.
El pequeño barco siguió internándose en el mar y los acorazados se alejaron en
dirección a la costa, la cual se hallaba ahora oculta por una nube de vapor y gas
negro, que se combinaba de la manera más extraña.
La flota fugitiva se diseminaba hacia el noreste y varios veleros navegaban entre los
buques de guerra y el vapor de ruedas. Al cabo de un tiempo, y antes de llegar a la nube
de vapor, los acorazados se desviaron hacia el norte, hicieron otro viraje y se alejaron
de nuevo en dirección al sur. La costa se perdió entonces de vista.
En ese momento llegó hasta los viajeros el tronar lejano de los cañones. Todos se
apiñaron en la borda para mirar hacia el oeste, pero no pudieron ver nada con
claridad. Una masa de humo se levantaba para ocultar el sol. El barco siguió
avanzando a toda máquina.
El sol se hundió entre nubes grises, el cielo fue oscureciéndose y en lo alto comenzó
a titilar una estrella solitaria. Reinaba casi por completo la noche cuando el capitán lanzó
un grito e indicó hacia lo alto.
Mi hermano forzó la vista. De aquella masa gris oscura se alzó algo hacia lo alto y
avanzó de manera oblicua y con gran rapidez por entre las nubes de occidente. Era
algo chato y muy grande que describía una vasta curva, tornóse cada vez más pequeño,
se hundió con lentitud y volvió a perderse en el misterio de la noche. Y al volar dejó
caer una lluvia de tinieblas sobre la Tierra.
Pero los otros barcos de guerra estaban ahora muy cerca y avanzaban

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