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jueves, 14 de octubre de 2010

LA GUERRA DE LOS MUNDOS - LIBRO 2 - PARTE 10




10 - EPILOGO
Ahora, que estoy concluyendo mi relato, no puedo menos que lamentar lo poco que puedo
agregar a los muchos puntos que quedan todavía sin aclarar. En un sentido es seguro que se
me criticará. Mi especialidad es la filosofía especulativa. Mis conocimientos de la fisiología
comparada se limitan a la lectura de uno o dos libros; pero me parece que las sugestiones de
Carver con respecto a la razón de la rápida muerte de los marcianos es tan probable como
para ser considerada como una conclusión demostrada. Así lo he dado por supuesto en mi
narración.
Sea como fuere, en todos los cadáveres de los marcianos que se examinaron después de
la guerra no se encontró ninguna bacteria que no perteneciera a las especies terrestres
conocidas. El hecho de que no enterraran a sus muertos y las matanzas que perpetraron
indican también que ignoraban por completo la existencia del proceso putrefactivo. No
obstante, aunque esto parece muy probable, no se ha llegado a demostrar
concluyentemente.
Tampoco se conoce la composición del humo negro, que emplearon los marcianos con
efectos tan fatales, y el generador del rayo calórico sigue siendo un enigma. Los terribles
desastres de los laboratorios de Ealing y South Kesington han quitado a los expertos el deseo
de seguir investigando el aparato. Los análisis del espectro del polvo negro indican, sin lugar
a dudas, la presencia de un grupo de tres líneas brillantes en el verde, y es posible que se
combine con el argón para formar una sustancia que obra con efecto inmediato y fatal sobre
algunos de los constituyentes de la sangre. Pero tales especulaciones vagas interesarán muy
poco al lector general, para quien he escrito esta historia. En el momento oportuno no se
analizó la escoria de color pardo que flotó por el Támesis, después de la destrucción de
Shepperton, y ahora ya ha desaparecido por completo.
Ya he incluido el resultado del examen anatómico que se efectuó con los restos de los
marcianos que dejaron intactos los perros. Pero todos conocen el magnífico ejemplar, casi
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completo, que se conserva en alcohol en el Museo de Historia Natural, así como también los
incontables dibujos que se hicieron del mismo, y aparte de eso, el interés sobre su fisiología y
estructura es puramente científico.
Una cuestión de más grave interés universal es la posibilidad de otro ataque por parte de
los marcianos. No creo que se haya prestado la suficiente atención a ese aspecto del asunto.
Por ahora, el planeta Marte se halla en su punto más alejado de la Tierra; pero cada vez que
se acerque temeré que se renueve su aventura. Sea como fuere, deberíamos prepararnos.
Me parece que sería posible ubicar la situación del cañón que efectúa los disparos, mantener
una vigilancia constante sobre esa parte del planeta y prever la llegada del próximo ataque.
En tal caso podría destruirse el cilindro con dinamita o a cañonazos antes que se enfriara
lo suficiente como para que salieran sus ocupantes o matar a éstos a balazos tan pronto se
abriera la tapa del proyectil. Es mi opinión que han perdido una gran ventaja al fracasar en su
primer ataque por sorpresa. Posiblemente lo vean ellos de igual manera.
Lessing ha expresado excelentes razones para suponer que los marcianos han logrado
llegar hasta el planeta Venus. Hace ya siete meses que Venus y Marte estaban alineados
con el sol, es decir, que Marte se hallaba en oposición, desde el punto de vista de un
observador, de Venus. Después apareció una marca sinuosa y de gran luminosidad en la
parte oscura del planeta interior, y casi al mismo tiempo se descubrió una marca oscura,
similarmente sinuosa, en una fotografía del disco marciano. Sólo es necesario ver los dibujos
que las representan para comprender perfectamente su extraordinaria semejanza.
Sea como fuere, esperemos o no una invasión, estos acontecimientos han de cambiar
nuestros puntos de vista con respecto al porvenir de los humanos. Ahora sabemos que no
podemos considerar a este planeta como completamente seguro para el hombre; jamás
podremos prever el mal o el bien invisibles que pueden llegarnos súbitamente desde el
espacio. Es posible que la invasión de los marcianos resulte, al fin, beneficiosa para nosotros;
por lo menos, nos ha robado aquella serena confianza en el futuro, que es la más segura
fuente de decadencia. Los regalos que ha hecho a la ciencia humana son extraordinarios, y
otro de sus dones fue una nueva concepción del bien común.
Puede ser que a través de la inmensidad del espacio los marcianos hayan observado el
destino corrido por sus primeros colonizadores y hayan aprendido la lección. También es
posible que en el planeta Venus encontraran un terreno más acogedor para ellos. Fuera lo
que fuese, durante muchos años seguiremos observando con ansiedad el disco marciano, y
esos dardos del cielo que llamamos estrellas fugaces provocarán siempre un
estremecimiento a todos los habitantes de este planeta.
No sería una exageración afirmar que los puntos de vista de los hombres se han ampliado
considerablemente. Antes que cayera el cilindro existía la creencia general de que en toda la
inmensidad del espacio no había otra vida que la de nuestra diminuta esfera. Ahora vemos
las cosas con más claridad. Si los marcianos pueden llegar a Venus, no hay razón para
suponer que la hazaña sea imposible para el hombre, y cuando el lento enfriamiento del sol
torne inhabitable esta Tierra, como ha de suceder, sin duda alguna, es posible que el hilo de
vida que nació aquí pueda extenderse y apresar dentro de sus lazos a nuestros hermanos del
sistema solar. ¿Llegaremos a efectuar la conquista?
Vaga y maravillosa es la visión que he conjurado en mi mente sobre la vida que se
extienda desde esta sementera del sistema planetario para llegar a todos los rincones del
infinito espacio sideral. Pero es un sueño muy remoto. Podría ser, por otra parte, que la
destrucción de los marcianos sea sólo un intervalo de respiro. Quizá el futuro les pertenezca
a ellos y no a nosotros.
Debo confesar que el peligro y las penurias sufridas han dejado en mi mente la duda y el
temor a la inseguridad. Sentado en mi estudio, escribiendo a la luz de la lámpara, veo de
pronto que el valle de abajo está envuelto en llamas y siento como si la casa a mi alrededor
estuviera desierta. Salgo a Byfleet Road, por donde pasan los vehículos de los visitantes, un
carnicero con su carro, un obrero en su bicicleta, niños que van a la escuela, y súbitamente
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se tornan todos vagos e irreales ante mis ojos, y de nuevo corro con el artillero por el campo
envuelto en el silencio.
De noche veo el polvo negro, que oscurece las calles silenciosas, y descubro los
cadáveres que cubre aquella negra mortaja; se levantan ante mí hechos jirones y mordidos
por los perros. Charlan con voces fantasmales y se tornan fieros, más pálidos, más
desagradables, llegando, al fin, a ser fantásticas parodias de seres humanos. Despierto
entonces, frío y amedrentado, en la oscuridad de mi cuarto.
Voy a Londres, veo las multitudes que llenan la calle Fleet y el Strand, y se me ocurre que
son espectros del pasado que pululan por las arterias que he visto yo silenciosas y
abandonadas; fantasmas en una ciudad muerta, imitación de vida en un cuerpo galvanizado.
Y también me resulta extraño pararme en Primrose Hill, como lo hice el día antes de
escribir este último capítulo, y ver el gran conjunto de edificios apenas dibujados tras el humo
y la niebla, descubrir a la gente que camina de un lado a otro entre los macizos de flores de la
cuesta, contemplar a los curiosos que rodean la máquina marciana que todavía se encuentra
allí, oír las voces de los niños que juegan y recordar la vez que lo vi todo con claridad y en
detalle, desnudo y silencioso, al amanecer aquel último día de gloria...
Y lo más extraño es tener de nuevo entre las mías la mano de mi esposa y pensar
que la supuse muerta, como ella me contó también entre las víctimas.
FIN

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